NUESTRA COMISION ES:

una organización sin fines de lucro, la cual tiene como fin de propagar todas las verdades que el señor tiene en su recobro en esta era.

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El. Señor nos ha encomendado Su recobro, Lo que el Señor hoy en día, necesita es que millares de Sus santos le amen, le vivan y no les importe nada más que Su recobro y seguir un solo camino. De este modo, aunque los santos sean de Brasil, Australia, Nueva Zelanda, Taiwán, Inglaterra, sur América. Tailandia, Indonesia, Estados Unidos, todos llevaremos la misma carga, seguiremos el mismo camino y propagaremos las mismas verdades

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lunes, 30 de junio de 2014

Los anabaptistas




EL RECOBRO DE LA VERDAD
DESDE EL SIGLO DIECISÉIS AL DIECIOCHO

Después de la Reforma llegamos al período comprendido entre el siglo dieciséis y el dieciocho. En 1524 surgieron en Alemania los anabaptistas, un grupo de creyentes que consideraban nulo el bautismo de infantes que se hacía por aspersión y, por ende, bautizaba a los creyentes adultos.
Ellos seguían a los hermanos predecesores de Lhota, quienes predicaban que el creyente debe bautizarse después de creer. Antes, tanto la Iglesia Católica Romana como la Luterana bautizaban a los niños rociándoles agua. Los anabaptistas no sólo predicaban la verdad de la justificación por la fe, sino que avanzaron y bautizaban a los creyentes que habían sido justificados por la fe. Después de que la Iglesia Anglicana fue establecida en Inglaterra, los anabaptistas afirmaron que la iglesia no tenía nada que ver con la política, y por esta razón fueron perseguidos y exiliados.

Las Verdades Recobradas


LAS VERDADES RECOBRADAS
DURANTE EL SIGLO DIECISÉIS
Desde el siglo dieciséis en adelante, Dios ha estado recobrando diferentes verdades. La era de la Reforma, que transcurrió durante el siglo dieciséis, fue una época de cambios monumentales en el campo religioso. Esto no quiere decir que antes de ese siglo no se hubiese recobrado nada, pues sí se recobraron algunas verdades; sin embargo, desde el siglo dieciséis en adelante hubo cambios notables. Podemos clasificar la historia a partir de la era de la Reforma en cuatro períodos: el primero, la era de la Reforma; el segundo, el período después de la Reforma, del siglo dieciséis al dieciocho; el tercero, el siglo diecinueve; y el cuarto, el siglo veinte.


Primeramente, examinemos la Reforma que Lutero suscitó. Cuando él fue levantado por Dios, vio la luz y propuso que el hombre se volviera a la verdad que está en la epístola a los Romanos. Actualmente, muchos consideran la obra de Lutero como un movimiento político; sin embargo, cuando leí sus escritos y su diario, me enteré de que sus motivos y metas eran correctos. En particular, lo más sobresaliente fue que él recobró la verdad de la justificación por la fe. Por supuesto, Dios no recobró todas las verdades por medio de él, pues aunque Lutero recobró la verdad de la justificación por la fe, no hizo cambios completos con respecto a la iglesia. Por ejemplo, él todavía aprobaba la iglesia estatal y estaba de acuerdo con que ésta fuera parte del estado. Puesto que él no recibió luz en cuanto a estos aspectos de la iglesia, al poco tiempo la denominación Luterana llegó a ser la religión estatal de Alemania. El propio Lutero dijo que la iglesia no debía ser controlada por el estado; no obstante, creía que los asuntos administrativos no pertenecían al Lugar Santo porque eran temporales y pertenecían al atrio. Por tanto, no resolvió esta cuestión de manera cabal. Dios permitió que la administración de la iglesia quedara sin resolverse durante el tiempo de Lutero, y aunque este asunto no fue recobrado, la verdad de la justificación por la fe sí lo fue. Dios desenterró esta verdad de entre las tradiciones, las opiniones y los credos, e hizo que fuese difundida y predicada una vez más. Cualquier persona que hubiera nacido en esa era, debía predicar esta verdad y exhortar a otros a seguirla; de lo contrario, no sería contado como fiel obrero de Dios en esa era

viernes, 6 de junio de 2014

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El encargo del apóstol.
En 1Timoteo 1:18 dice:
“Timoteo, hijo mío, te confío este encargo en conformidad con las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, para que por ellas milites la buena milicia”
La palabra “encargo” del versículo 18, según la usa el apóstol, incluye todos los asuntos mencionados en los versículos anteriores, del 1 al 17. Aquí vemos, por el lado positivo, la economía de Dios y las enseñanzas diferentes por el lado negativo. El encargo que Pablo le hace a Timoteo consiste en la economía de Dios y las enseñanzas diferentes.
La fe subjetiva.
Inmediatamente después que el apóstol le hace el encargo a Timoteo, explicando el medio para cumplir con el encargo y una consecuencia práctica, en el versículo 19, dice:
“Manteniendo la fe”
Aquí “fe” se refiere a la acción de creer, que surge cuando tenemos contacto con la Palabra () y Dios se infunde en nosotros por este medio y por el Espíritu. Esta fe, que es subjetiva porque está y opera en nuestro interior, uniéndonos con Dios, enfatizando el Espíritu y la vida, por ello es orgánica; es real, no simbólica; es viviente, no alegórica, quiere decir, ocurre en realidad en la esfera de la fe, por medio de la Palabra y a partir del Espíritu, que es Dios en Cristo como el Espíritu al infundirse en nosotros. Esta fe implica la acción de creer, caracteriza a los que creen en Cristo y los distingue de los que guardan la ley, que hace hincapié en la  letra, la forma de ordenanzas, la relación con la letra ¡Amén!
Vida y naturalezas divinas que nos hacen hijos de Dios.
De esta forma recibimos la vida y la naturaleza divinas que permite que seamos engendrados como hijos verdaderos de Dios, miembros del Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre, que expresará a Dios por toda la eternidad. La fe en nuestro interior genera una unión orgánica con el Dios Triuno. Debemos militar la buena milicia por / con esta clase de fe. Ser soldados o milicianos teniendo esta clase de fe, que permite a Dios llevar a cabo Su economía en / entre nosotros para llevar a cabo Su propósito. Esta es la clase de fe con la que debemos funcionar y no intentando cumplir la ley.
Pablo era muy claro con respecto a que militar la buena milicia, es decir, la milicia que cumple el propósito de Dios, que está centrada en la economía de Dios (de la que el apóstol es modelo) es por medio de la fe y no por las obras de la ley. ¡Aleluya! La fe proviene de nuestro contacto con Dios y nos introduce en una unión orgánica con Dios.
Una buena conciencia.
“[Manteniendo...] una buena conciencia” (1Ti 1:19).
Además de la fe, necesitamos una buena conciencia. Buena en el sentido de limpia, pura, sin ofensa, tal como vemos en Hechos 24:16. Esta buena conciencia cuida y guarda nuestra fe; la preserva y la protege. Es el órgano que Dios toca una vez que hemos tenido contacto con Él por la fe. Nuestra vida cristiana necesita una conciencia sin ofensas ni impurezas. Nuestra conciencia se mantiene limpia y sensible al tener contacto con el Señor.
Cuando permanecemos en el espíritu y nuestra relación con Dios no tiene obstáculos ni impedimentos, nuestra conciencia se mantiene saludable. Nuestra vida cristiana ha de ser un vivir en continua comunión con Dios para tener una buena conciencia que salvaguarda la fe y nuestra vida cristiana. Siempre que haya alguna ofensa sin solucionar en nuestra conciencia la fe se escapará, no podrá operar apropiadamente. Sentiremos que no la tenemos, que no está. Para militar en contra de las enseñanzas diferentes en cualquier iglesia local, debemos guardar la fe, que es el contenido que es guardar la fe, debemos tener fe y buena conciencia. Sin esto sucumbiremos ante las enseñanzas diferentes. Ceder ante las enseñanzas diferentes no es dejar de pelear exteriormente, sino el perder nuestra buena conciencia, que dejará escapar nuestra fe subjetiva y de este modo dejaremos de llevar a cabo el encargo del apóstol que nos hace a todos a través de Timoteo.
La fe objetiva.
Guardar la fe es objetivo. Aquí “fe” se refiere a todo lo todo lo que creemos, al contenido del evangelio completo según la economía neotestamentaria de Dios.
Referencia: Estudio vida de 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón, mensaje 2,
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